Hay un runrún en mi abdomen
motor ansioso
gobernándome
desde dentro.
Es mi herencia materna:
Desbocado caballo
que no sabe para dónde corre
pero igual corre, alarmado.
Cuando lo miro
-o escribo, o hablo
acerca de él-
se calma, da tregua.
Ayer recibí mensajes plañideros
y manipuladores.
No quise lidiar con ellos.
Esta mañana
seguí ignorando
los mensajes.
Postergué
verlos de frente.
El caballo se alocó.
Se activaron viejos cables
al no haber discernido
lo que me toca y lo que no me toca:
hacer
decir
decidir
acomodar.
Sólo quiero escribir.
Quiero cumplir mi orden
de terminar un artículo
para mi blog
antes de que sea hora
del taller Villava,
donde lo quiero revisar,
pulir o reescribir
o hacer lo necesario
para sentirme contenta
de lo escrito.
No es momento de lidiar
con asuntos que no entiendo
y que por no detenerme,
me he visto
empujada a descifrar
para cuidar
a otras personas
de sí mismas.
Alto.
Toca escucharme.
No estoy abierta.
No estoy dispuesta.
No siento empatía.
No tengo espacio
para resolver
lo que ni entiendo.
ni me corresponde.
Nos dimos cuerda,
Lía, Cris y yo:
Sí, nuestra madre atropella.
Lo ha hecho en el pasado.
No es de extrañar que ayer
desde su caballo desbocado,
con el motor en sobremarcha,
haya aplastado a Alida.
Me duele.
Me apena.
Me entristece:
La insensibilidad
de quien me crió,
me educó,
me permitió
entrar en su familia.
Me asusta
que no se venda su depa
y se le acabe el dinero
y su manutención
se convierta
en problema familiar.
Me enoja.
Desviar parte de mi día
por este asunto
laberíntico.
Me alivia
poder escribir
y liberar
lo que me tenía tensa,
ansiosa,
incómoda.
Ahora
celebro el retorno
de mi caballo domado,
tranquilo,
que pasta mientras ordeno
lo que mi cabeza
y mi panza anudada
tenían pendiente.


Deja un comentario